martes, 24 de junio de 2014

Últimos meses y muerte

A partir de 1950 la salud de Stalin, que ya tenía 70 años de edad, empezó a desmejorar. Su memoria fallaba, se agotaba fácilmente y su estado general empeoró. Vladímir Vinográdov, su médico personal, le diagnosticó una hipertensión aguda. Vinográdov propuso un tratamiento a base de pastillas o inyecciones y recomendó a Stalin que abandonase o al menos redujese sus funciones en el gobierno. Sin embargo, Stalin se negó a tomar ningún tipo de medicamento, a dejar ninguna tarea y además despidió a Vinográdov.
En octubre de 1952 se celebró el XIX Congreso del PCUS. En él Stalin insinuó sus deseos no belicistas y no intervencionistas en el resto del mundo, tal y como ya habría publicado en su anterior Nota. Sin embargo, Malenkov hizo un discurso oficial en el cual reafirmaba que para la URSS era vital estar presente en todos los conflictos internacionales apoyando las revoluciones socialistas. Por primera vez en muchos años, el Congreso apoyó las intenciones de Malenkov y no las de Stalin. Jean Paul Sartre afirma que Stalin, sin alterarse, clausuró el Congreso con un breve discurso cuyo epílogo fue "¡Abajo los fomentadores de la guerra!".[26]
Si bien este revés político era demasiado modesto como para amenazar su poder, tras el XIX Congreso Stalin tomó la determinación de reanudar las purgas. Su paranoia, adormecida tras la Segunda Guerra Mundial, aumentó tras recibir una carta de la doctora Lidia Timashuk, una especialista del Policlínico del Kremlin. En esta misiva, la doctora Timashuk acusaba a Vinográdov y a otros ocho médicos de origen judío de estar recetando tratamientos inadecuados a altos mandos del Partido y del Ejército, a fin de acabar con sus vidas. Sin esperar a recibir ninguna otra prueba, Stalin ordenó el arresto de los nueve médicos y aprobó que fuesen torturados hasta confesar. Dos de los acusados fallecieron durante los interrogatorios y los siete supervivientes acabaron firmando el texto que sus interrogadores pusieron sobre la mesa. Además Stalin hizo publicar en el diario Pravda que los servicios de seguridad habían estado "torpes" en descubrir lo que bautizó como el Complot de los médicos, y que había sido él mismo quien lo había desactivado.
Stalin multiplicó en estas fechas sus apariciones en público, visitaba las sedes del partido, hablaba con responsables de los distintos departamentos y nunca dejaba traslucir sus pensamientos. A finales de enero de 1953 su secretario privado desapareció sin dejar rastro. Poco después, el 15 de febrero, el jefe de sus guardaespaldas fue ejecutado sumariamente en lo que se dijo había sido una "muerte prematura". Este comportamiento aterrorizó a los miembros del Politburó, sobre todo a los más veteranos, que quedaron convencidos de que una nueva purga estaba ya en marcha. A partir de aquí, existen dos versiones sobre la muerte de Stalin.
La primera de ellas, versión oficial y hasta ahora la más verosímil, relata que la noche del sábado 28 de febrero de 1953 Stalin celebró una reunión en Kúntsevo con su círculo interno, formado por Beria, Malenkov, Jrushchov y Nikolái Bulganin. En dicho encuentro los cinco hombres vieron una película y después disfrutaron de una tardía cena. Los invitados se retiraron a las cuatro de la madrugada, cuando Stalin se fue a dormir.
La otra versión, defendida por historiadores como Iliá Erenburg y Víktor Aleksándrov, indica que esta reunión no tuvo nada de amistoso. A ella habrían sido invitados también Lázar Kaganóvich y Voroshílov, que se habrían enzarzado en una discusión con Stalin exigiéndole la liberación de los médicos. Supuestamente Stalin respondió gritándoles que eran unos traidores. Los dos miembros del Politburó habrían roto entonces sus carnés del partido y Stalin, fuera de sí, habría abandonado la reunión para encerrarse en su dormitorio.
Sea como fuere, la realidad es que al día siguiente Stalin no salió de su cuarto y no llamó ni a los criados ni a los guardias. Nadie se atrevió a entrar en su habitación hasta que, sobre las diez de la noche del domingo 1 de marzo, su mayordomo abrió la puerta y lo encontró tendido en el suelo, vestido con la ropa que llevaba la noche anterior y sin apenas poder hablar. Se llamó a los miembros del Politburó, que lentamente fueron acudiendo a la dacha de Stalin, pero nadie llamó a un médico. Finalmente, pasadas 24 horas, Beria hizo venir a algunos doctores que dictaminaron que Stalin había sufrido una apoplejía y había caído fulminado.
La agonía de Stalin se alargó varios días más. En ocasiones abría los ojos y miraba furibundamente a quienes lo rodeaban. Se cuenta que en estos momentos Beria le cogía de la mano y le suplicaba que se recuperase, pero cuando volvía a desvanecerse lo insultaba y le deseaba una dolorosa muerte. El día 4 aparentó una súbita mejoría y una enfermera comenzó a darle de beber leche con una cuchara, lo que hizo que el enfermo señalase un cuadro que había sobre la cabecera de su cama, donde una niña daba leche a una oveja. En ese momento, sufrió un nuevo ataque y entró en coma. Los médicos que atendían a Stalin le practicaron reanimación cardiopulmonar en las diversas ocasiones en que se le detuvo el corazón, hasta que finalmente a las 22:10 del día 5 de marzo no consiguieron reanimarlo. Según algunos testigos [¿quién?], los enfermeros siguieron esforzándose hasta que un lacónico Jrushchov dijo: «Basta, por favor... ¿No ves que está muerto?».
La mañana del 1 de mayo de 1953 en Berlín.
Muchos años después de la caída de la Unión Soviética se han vuelto a estudiar las circunstancias que rodearon la muerte de Stalin. No faltan autores como el historiador ruso Vladímir P. Naúmov o Jonathan Brent (catedrático de Historia en Yale), que afirman que fue envenenado por Beria, quien al poco de su muerte llegó a decir ante el Politburó: «Yo lo maté, lo maté y os salvé a todos», según relata el propio Nikita Jrushchov en sus memorias. Sin embargo, esta tesis nunca ha sido demostrada ni reconocida, como tampoco la del posible enfrentamiento final entre Stalin y el Politburó. De este modo, la causa oficial de su muerte sigue siendo una apoplejía provocada por su hipertensión.

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